LA SOMBRA DE LA “PETRACA
Uno no sabe que hay de cierto. Pero siempre se había dicho que en los sótanos de la capilla de los Dolores yacía enterrada una fémina llamada o mal llamada, la “Petraca”. Aseguraban que dormía el sueño eterno con un “fonoll” en los labios. Eso de la “Petraca” no hacía ni pizca de gracia a los monaguillos quienes, en tiempo en que la electricidad no era precisamente abundante en Santa María, tenían que bajar en la tarde de Jueves Santo a los indicados sótanos para poner un poco de orden las cadenas, las calaveras y los demás atributos pasionales que tenían que concurrir a la procesión. Actualmente la cripta de los Dolores está muy ordenada; cuarenta o cincuenta años atrás en cambio, parecía un campo de Agramante y, además, a oscuras. De los ventanucos que da, si no recuerdo mal, al Fossar Xic, descendía un poco de luz y, también alguna rafaguita de aire. Cuando los monaguillos bajaban la escalera de los sótanos muertos de miedo y con una vela temblorosa en las manos, veían sombras y fantasmas por todas partes. Basta que uno exclamara:
-¡ La “Petraca”!
Para que echaran a correr escalera arriba y no hubiese, luego manera de hacerlos bajar otra vez.
Por eso la procesión siempre salía a tres cuartos de quince.
De la Banda Municipal y de la Capilla de Música. Ahora es coloreada, musicada con altavoces y amenizada con voz “off” –me parece que se llama así -. Es el signo de la modernidad. Las ciencias adelantan.
La Capilla de Música, pues, en tiempos de mossèn Fargas, concurría a la procesión con sus escolanes rojos, sus tenores y sus bajos, y sus chantres, y con flautas y fagotes. Los cánticos de la Capilla adquirían una majestad por la calle Nueva, Riera abajo, por la calle de Barcelona o Plazas arriba. Aquello armonizaba con los pasos antiguos, alguno de los cuales, como el “Ecce Homo” delante de un balcón de madera, trasladaba el espíritu de las multitudes contemplativas a centenares de años atrás.
Mossèn Molé y Mossèn Miguel, los tenores Agell y Camp, el barítono Calsapeu y el bajo Vila, los escolanes y demás miembros vocales de la Capilla, rodeados de hachones de viento, cantaban con solfa en la mano a indicaciones de Mossèn Falgas, quién también cantaba torciendo un poco la boca. Las flautas inundaban el ambiente de notas aladas, aéreas, lacrimosas, delgadas, mientras los fagotes emitían unos sones graves, dolorosos, estirados, de madera comprimida que acongojaban el alma.
Y la procesión desfilaba, lenta y medieval, por encima de los guijarros encerados de las calles.
Año 1960