F. Cabanyes – 1920
En la Procesión asistían dos niños, a uno de ellos lo apodaban “Record” pues decía aquello de “Tingueu record i memória de la Passió de Nostre Senyor Jesucrist” nombre que se le daba porque empezaba el recital con éstas palabras: “Tingueu Record”.
Dicen que el otro niño, para aclarar la voz llevaba un pequeño cesto con higos secos e iba provisto de una larga trompeta siendo conocido entonces con el nombre de “Tu-tut figa” pues con la trompeta efectuaba un toque y decía el recitado y de vez en cuando se ponía un higo en la boca y se lo comía para aclarar la voz. Se tuvo que suprimir porque el público se acercaba a quitárselos, hoy en vez de higos se llevarían caramelos o bombones esto hacía que el público al final de cada tocada gritara “figa” y los demás se reían. El número de veces que tocaba la trompeta dependía del hambre que tuviese el trompetista. Esta costumbre desapareció antes que las procesiones, pero parece ser que esta costumbre de comer higos secos también lo utilizaban muchos predicadores en Cataluña antes de empezar el sermón.
Cuando muere una persona, dicen que le ha llegado la hora de las alabanzas y la hora que se hable bien de ella. Con el mayor respeto posible, cuando una cosa muere, cuando desaparece es menester hablar de ella también con el debido respeto y hacer una especie de necrología de ella, ha desaparecido la trompeta y “el vinga memória de les processons dels dias sants”, no hago más que relatar el hecho, parece pero que el origen de esta costumbre era debido al buen designio de dar a conocer ciertos privilegios de cada Cofradía, así al acabar de tocar la trompeta el acompañante, después del “vinga memória, etc.”, hacía una relación muy breve de lo que significaba aquel paso, y el número de indulgencias que había concedidas a los que devotamente habían rezado en aquel momento, un Padre Nuestro, un Ave María, una Salve Regina, un Credo, o cualquiera de las oraciones aprobadas por la Iglesia. |
El tiempo fue borrando esta buena costumbre quedando solo el “vinga memòria”, se encargaba esta labor a criaturas que todo justo empezaban hablar, pequeñas, que la mayoría de las veces acababan la procesión en brazos del capataz, porque estaban muy cansados y no podían tenerse en pie, ni andar y el que tocaba la trompeta no podía hacer aquel toque que era prolongado, sino una cosa desafinada del todo que era la risa del público. Me decía un conocido historiador, que de las cosas no se habla sino el día que sufren el castigo, de la supresión.
F. Cabanyes.
Año 1920 Periódico Mataró.